morir de negarme y despojado
de ambivalencia. A veces querría
herirme de entonces o saberme
en la cima de la penitencia,
y dejarme allí caer de espaldas
en el vaticinio de lo insalvable.
A veces querría serme
inopinable.
Rescindo mi anclado bautismo.
Destierro mi afán de refugio.
Desisto mi rol al abismo.
Ni causa, ni fin, ni artilugio.
El problema es la costumbre.
Parasita el rasero alicaído,
lo embriaga de callo y costra,
azuza su punto de fusión y lo sumerge
en el centro de la Tierra.
Es la descarga que condena
a los miembros despatriados
a identitarse en un ser de promesas,
a observar por un agujero
el tacto de lo negado.
Una mierda, vaya.
No alienta mi alcoba el brazo rendido,
no esboza respuesta,
no estorba sentido.
No asienta ni arresta con ley antepuesta
la arena dispuesta
ni el lecho insondable.
No impide saberla inabarcable,
mas aguarda expuesta.
Apenas avisa su piel inefable,
descuida mi andanza
su estirpe asumida.
Se inunda mi fuero de líquida usanza,
sincera alabanza,
a la muerte hundida.
Olvida mi tumba nuestra alianza
y ahoga mi huida.
Rescindo mi anclado bautismo.
Destierro mi afán de refugio.
Desisto mi rol al abismo.
Ni causa, ni fin, ni artilugio.
Caronte pirata
A la sombra del mástil encorvado
nos saluda Caronte entre la ausencia
de horizonte salado, contingencia
asumida en cualquier pendón izado.
Sin moneda en el ojo secuestrado,
se amedrenta en su fuga la consciencia,
avezada a evadir la penitencia
amarrada al bajel desamarrado.
¡Te conozco, barquero inabordable!
Despiadado togado predispuesto
al naufragio en despótica sentencia.
¡Te maldigo, corsario invulnerable!
Cuántas almas condenas con tu impuesto
y aun impune navega tu conciencia.
Si tan solo hubiera
Furtivo
Me anula el sonido de las olas.
Me arranca de palabras
hondas y me atraca
lo pirata. Me esquiva
de viajes al remoto
silencio y al óxido
del recuerdo. Me contiene
con el viento que le sobra.
Me imagina
su fugaz fondo marino.
Voluntad
Titán insondable,
merced venidera,
telón metamorfo,
muerte ominosa.
No me reclames, mar de noche,
salmo inefable,
ruego a escondidas.
No me reclames, no me convoques,
que apenas acierto
negarme tu orilla.
Visitante
No acostumbro a que me grite
una montaña. A que me advierta
con su cabello de caos negro
que no me entierre, que prescinda
de mi norte y me recuerde
gota. No acostumbro a ser filtrado
por los poros de la tierra breve.
Punta de Teno
A un lado, los custodios.
Aquí no hay dedos de gigante,
ni rastro de sus huellas.
Tan solo la antigua morada
de su férreo corazón templado
ofrecido al mar en prenda,
vigilante bajo el reflejo liso,
paciente con cualquier joven
ola que se salte el pacto.
Al otro lado, guerra.
La batalla eterna de mar y aire
con sus víctimas de espuma,
donde los bandos despliegan
sus nubes y corrientes.
Tras de mí, mi vida.
Y yo escribo, por suerte,
inocuo y transeúnte.
Pero no
Casi olvido por un instante
que mis pies son de roble.
A la orilla de otras lágrimas,
casi olvido que soy leña
ardiendo desde mi raíz talada.
Ausencia de aire
Concierto mudo, repleto
de solistas ajenos
a su público, venganza
del recuerdo lastre, red
del ojo que precisó segundas
miradas, reclamo
de cualquier isla, faro
del pirata en tierra.
Ave del paraíso.
Miel de abeja reina.
Jabalí y ambrosía.
Tampoco trataré de convencerte.
No soy más que un movimiento
de tus ojos, palabras helecho
en un bosque de robles.
Quién soy yo, poema breve,
para hablar de altura
si bastante tengo
con crecer derecho.
Hacia ti esgrimió Cronos su dedo
cual hocino divino y entrópico.
Hacia ti lo agitó con certero
e indolente podar telescópico.
Y es su tala carente de pe(l)ro,
son sus fueros espacio infinito,
es vacío en rigor inaudito,
si algo ha habido, no queda ni pista.
Todo cabe, se pierde la vista,
no hay ni sombra, ni hay eco, ni hay nada,
es infame tu unánime entrada,
es volumen de masa privado.
Hacia ti volcó Cronos su enfado
y avanzó el tiempo así a trompicones
con pulido y precoz resultado.
Se esfumaron tus vegetaciones,
de la taiga, a la tundra, al desierto,
una lisa y pueril superficie,
un vivac, un tremendo aeropuerto,
un sombrero de yerma (clav)planicie.
Permanece la puerta entreabierta,
los candados reventados,
los goznes accesorios.
No se vislumbra más allá
de su umbral sino niebla noctívaga,
opaca, sólida, de nombre
impronunciable, que alarga su lengua
hasta la manilla y lame
mis cinco sentidos en vigilia.
Para, por favor.
Detente, por favor.
Ruego a su presencia sorda, y muda, y ciega,
lenta en su capricho y grave
en su insaciable codicia.
Para, por favor.
Gimo y permanece
mi puerta inmóvil y mi casa
a su merced.
Vete, por favor.
Pienso vivo, y preso, y quieto.
Para. Detente. Vete.
Y aquí estamos de nuevo
tiritando de frío,
agitando las escobas empeñadas
en no llevarnos lejos,
en no cortar el viento con palabras
mágicas. Aquí estamos barriendo,
y barriendo, y barriendo,
con dedos tiesos de rama,
con tantas hojas adheridas
a nuestra piel mojada.
Y aquí está el viento entero
y barriendo también a su antojo
que no es el nuestro.