Perecen los brazos
desperdigados
por orillas enfrentadas.
Las piernas atoradas
en conocidas simas
de magma monótono.
El tronco flotando
y despojado
de cualquier raíz,
con el pecho desecho
y al acecho de un viento
inerte.
Y es entonces que advierte
la testa desvalijada
- con la mirada sumergida
entre hermanos de azar -
que nunca dará camada
como la estrella de mar.