Se esfumó la música,
barrote del silencio.
Encontré entre mis manos
inservibles cadenas
de metal inepto,
angustiadas, titilantes,
por su reciente oficio
de enjaular incendios.
El etéreo coloso,
liberado e indolente,
fluyó desparramando
su presencia dilatada.
Impregnaba todo aquello
que el oído alcanza
de intangible corcho,
de carbón quemado,
de inquietud celosa.
Es aterrador el silencio,
porque aunque esté
te deja
a solas
con la luz
o su ausencia.