Ayer, un pájaro
me cagó la cabeza.
- tuve incluso que marcharme
de dónde estábamos -.
De camino a mi nuevo asiento
pensaba en el poder inalcanzable
de mi alado bombardero,
pues aún sin ser mi ánimo
no me encuentro ni remotamente,
capaz de devolverle el gesto.
Y así me crucé con unos chuchos
exhibiendo modos similares
pero con marcado estilo mamífero,
y advertí en su técnica
- más lenta y menos plástica -
un olor, tamaño y fuerza
de largo superiores.
Quizá sea el raquitismo
el pago ineludible de querer
expeler desde tan arriba.
Y así proseguí, en apariencia
ya limpio - pero con caca
bajo la superficie del pelo -,
con renovado interés, eso sí,
en enfrentarme a los disparos
de algún vulgar rinopótamo.
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