Conozco mi barco, que es el tuyo.
He sido capitán cuando tú eras tripulante,
y seguido tus comandas como aprendiz imberbe.
He sido bardo en las noches
y papel mojado en las mañanas,
por todas las veces que fuiste
laúd, oyente, tinta e incendio.
Fregamos juntos la cubierta,
aunque de cuando en cuando me escaquee.
Como polizonte desvergonzado,
puede que hasta en uno o dos lances
haya robado tu vigilia
con secretos breves y ciertos.
Recuerdo pensarte en tierra,
casi siempre frío como una cueva,
pero también anegado de impropios
rubores en mi lóbulo izquierdo.
Es la que es nuestra brújula,
de incontables nortes y aguja salada,
y es su tutela insensata
la que perpetra en ocasiones
que compartamos el camarote,
que confrontemos con los aceros,
que nos arrojen por nuestra borda,
y que – justamente – lo contrario.
Y heme aquí, encaramado al mástil,
desnudo de mar y repleto de aire,
asegurando todos los cabos
para cuando parezca llegar el tiempo,
allá donde atraques, allá cuando seas,
en que abordemos al fin tu barco…
… que es el mío.
Absolutamente genial
ResponderEliminar¡Gracias! Me alegro de que te haya gustado
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