domingo, 30 de junio de 2019

Parada en Abraxas II



[...]

Ahora bien, ¿Qué hace un tan deprorable Jaime Messacotta en pleno mercado, inconsciente frente a unas truchas nada frescas, y a punto de someterse a la humillación de su vida? Lo cierto es que poco o nada tiene que ver con el torpe de sir Jaime. Aster y Jane, junto con Folkha, Gastón y Barb “Canijas”, conforman el núcleo duro de la tripulación de “El Rojo”. Cara al público, Aster es lo más parecido a un capitán, pero internamente el grupo funciona como una familia. Una auténtica jauría de canes callejeros: salvajes, feroces, hambrientos y leales entre sí. El resto de tripulantes de El Rojo acatan las órdenes de los cinco por igual.

Los caminos de Alisa y Aster, y por ende los de Alisa y El Rojo, habían comenzado a entrelazarse tiempo atrás. Antes de adquirir su barco, Aster ya era todo un buscavidas con solera. Durante algún tiempo consiguió ser empleado en la Corte del por entonces Rey Gregor, donde también vivía la por entonces Princesa Alisa. Aunque no estaba exento de otras tareas de forma ocasional, la función principal de Aster consistía en el mantenimiento de los jardines. “Jardines” era la palabra que gustaban de utilizar en Palacio para referirse a un vasta extensión que abarcaba diferentes parques de flores silvestres y árboles exóticos, claros, estanques, laberintos de setos contiguos al principal edificio del complejo e incluso un pequeño bosque para organizar partidas de caza privadas, donde se soltaban animales para tales ocasiones. El mantenimiento de tamaña extensión requería numerosa mano de obra.

La paga era mísera, pero el trabajo estable, seguro y llevadero. Para cualquier persona sin más aspiración que la de sobrevivir (es decir, para casi cualquier persona en el reino), aquella posición sería idílica. Pero a Aster todo aquello le importaba un bledo. No se había introducido en Palacio para cebar pececitos de un estanque por medio real a la semana, sino para tantear el terreno. Aster pretendía observar de cerca a los nobles, con sus idas y venidas, y cazar los chismes jugosos cerca de su fuente original, pues la versión que llega a las tabernas se encuentra a menudo demasiado desvirtuada. Todo ello en aras de recabar información para orquestar algún golpe notorio. Las acontecimientos, sin embargo, no transcurrieron como Aster los había planeado. Si no mucho mejor.

La princesa Alisa, que de aquella contaba con 17 veranos, era mucho más precoz, en muchos aspectos, de lo que la mayoría de la Corte suponía. Consciente del delicado estado de salud de su padre y de su posición como futura heredera, pues era la única descendiente viva del rey Gregor, había comenzado a mover – con éxito – ciertos hilos a su favor. Alisa tenía sus propias ideas y ambiciones, y cualquier parecido entre sus planes y los que Gregor y su Esposa Eseida tenían para ella era fruto de la casualidad. Más al contrario, Alisa había sido capaz de influir a sus padres en determinadas decisiones, siempre bajo una máscara de moderado entendimiento e inocencia de lo más inofensiva. Ejemplo de esto había sido el acuerdo de su futuro enlace con sir Jaime Messacotta. Gregor y Eseida consideraban otros candidatos antes que a sir Jaime, pero mediante certeros comentarios y movimientos indirectos, tales como la difusión de rumores, el resto de nombres de la lista habían ido cayendo uno tras otro.

Desde el punto de vista de Alisa, sir Jaime era lo suficientemente rico e influyente. No el más rico e influyente de entre los posibles, pero a su favor tenía que también era lo suficientemente idiota como para hacer de él un pandero. Al menos mientras se hiciese la loca con sus vicios, para lo cual estos deberían permanecer en moderado secreto. Sir Jaime incluso gozaba de aceptación entre el populacho debido a ciertos méritos bélicos. Alisa tenía claro que dichos méritos eran exagerados o completamente inventados, pero eso no era lo importante. Dicha fama podría resultar útil en según qué momentos.

Las intrigas de Alisa no se limitaban a fortalecer posiciones en enlaces o el resto de maquinaciones del aristócrata promedio. Era una autentica gestora, con una mente analítica y una capacidad para mentir muy fuera de lo común. A tan temprana edad y desde un discreto segundo plano, había conseguido tejer una red de contactos con personajes clave más allá de nombres y títulos nobiliarios. Capitanes y hombres respetados en las filas de la guardia. Mercaderes de Ábalos. Incluso algunos dueños de burdeles en la propia Bantía, previendo los devenires de su futuro matrimonio. En ocasiones era ella misma quien se encontraba con esas personalidades, aunque la mayoría de las veces delegaba en personas de su muy reducido circulo de confianza. Personas que tenían la lengua menos atada para según que conversaciones, y que además no tenían por qué hablar en su nombre, si no que podían adoptar un rol más gris y conspiranoico si la situación lo requería.

Los miembros del circulo de confianza no habían sido escogidos únicamente por una llana cuestión de confianza, ni mucho menos por su lealtad a la Corona. Alisa se ocupaba de mantener con cada uno de ellos una serie de suculentos intereses alineados, o al menos compatibles, con los suyos propios. Lo cierto es que Aster pensaba que si Alisa se hubiese criado en la calle hubiese sido una ratera de primerísima. Astuta e implacable. La propia Alisa tenía una idea muy similar sobre sus habilidades. Pero no se había criado en la calle. Y hay determinadas lecciones, grabadas a fuego hasta en los huesos de alguien como Aster, imposibles de adquirir desde una posición acomodada. La  idea que tenía de sí misma era la debilidad más notable de la ahora Reina Alisa. Y Aster, y por ende todos en El Rojo, lo sabían perfectamente.

De entre todas las precocidades de Alisa, su apetito sexual no era una excepción. A pesar de su discreción…

… continuará, probablemente.


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viernes, 28 de junio de 2019

Opiniones


Hace tiempo que no discuto
con ninguna piedra,
pues me estimo pobre de millones
de años con que gastarla a gritos.

Así me mudé a las faldas
de las montañas más pulidas
- siempre tan resonantes
con todos mis argumentos -
para derramar mis leves lapsos
en el océano convencido.

Por una suerte de gravedad, se vino
una roca a estampar
contra mi frente, y supe
advertir mi sangre donde ella
protesta - ahora - mellada.


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domingo, 2 de junio de 2019

Parada en Abraxas




–    Sólo espero que hoy se acuñe algún mote memorable. Me encantaría saber a nuestra amada reina prometida con sir Jaime "Polla Al Aire" – comentó Aster, mientras golpeaba el suelo con un bastón imaginario, como si anunciase la entrada de alguien en un salón de alto copete.

    Mejor sir Jaime "Media Polla". Que haya una mitad perdida podría explicar que se le haya quedado así – replicó Jane sin mirarle y luciendo una perversa sonrisa de lo más seductora –.  E incluso se parece a Messacotta.

–    ¡Touché!

Los motes, cuanto más sencillos y vulgares, mejor calan entre el populacho. Y también entre la alta alcurnia, por muchos pedos que se tiren. "Media Polla" sería sin duda un excelente candidato para perseguir a sir Jaime Messacotta hasta el fin de sus días. Aster se planteó vociferarlo en medio de la multitud cuando llegase el momento oportuno, a pesar del riesgo que eso podría entrañar.

El mercado del puerto de Abraxas estaba abarrotado ese día. El bullicio de tenderos y viandantes incluso impedía escuchar el romper de las olas contra el muro, apenas a unos metros de la plaza principal, núcleo de toda actividad. Los vendedores locales eran los que más alto bramaban las bondades de su mercancía, pero no los que recibían más atención. El mercado tenía una fama suficiente como para atraer a no pocos comerciantes de lugares remotos, especialmente navegantes. Algunos hacían escala de apenas unos días, mientras que otros atracaban por largo tiempo en la ciudad. De hecho, la mayor parte de operaciones en Abraxas no eran compras de lugareños, sino trueques de mercancía entre los propios marineros, que aprovechaban a llenar sus navíos de toda clase de víveres y alhajas antes de zarpar. Eso, al menos, si no contamos los hurtos como parte de las operaciones. En un lugar de tan alegre y variopinto caos, un puesto como el de Aster y Jane, con apenas una cesta de truchas y un informe saco alargado, pasaba del todo desapercibido. Las truchas ni siquiera estaban frescas. Se las habían comprado muy baratas horas antes a un pescador aronés, alegre de librarse de ellas.  El saco, ahora cerrado, contenía a sir Jaime Messacotta, prometido de la reina regente Alisa, desnudo, maniatado y sedado.

     –    Joder, me encantaría quedarme. Aún no tengo nada personal contra este imbécil, pero esta es una historia que querría contar yo, no que me contasen – se lamentó Jane con resignación.

     –   Te lo narraré con tanto detalle que creerás que soy tu propio recuerdo – respondió Aster con una indolente mueca de conformidad.

De acuerdo con el plan trazado, cuando el morador del saco comenzase a menearse, Aster debería ocultarse mientras Jane montaba su número para congregar a la plaza. Al menos hasta que el saco fuese demasiado vivaracho o la audiencia demasiado numerosa, lo que antes ocurriese. Llegado ese momento, Jane debería esfumarse y permitir un curso natural de los acontecimientos. No existían en Abraxas leyes específicas contra la suelta de nobles desnudos y drogados, pero parecía prudente no hallarse en el meollo de la cuestión cuando la gente atase cabos y llegase la guardia. Jane era la más ágil (y la de menor tamaño) de toda la tripulación, con lo que resultaba la más indicada para desvanecerse entre el tumulto. Además, llevaba una peluca y una camisola de más, para desprenderse de ambas en algún punto y mermar así las posibilidades de ser reconocida. Trucos de trilero aparte, quedarse en la zona, aún a cierta distancia, sería jugársela demasiado. La belleza salvaje e indómita de Jane no es sencilla de olvidar y podría ocurrir que alguien la reconociese, aún con sus vivaces ojos azules asomando bajo una cabellera distinta.

El caso de Aster era diferente. Él se encontraría fuera del foco de atención antes de que hubiese nada notable a lo que atender, y también contaba con su propio atrezo a base de camisa, barba postiza y un raído gorro de ala caída. Además, peligro a parte, Aster no se lo perdería por nada del mundo.

Ahora bien, ¿Qué hace un tan deplorable Jaime Messacotta en pleno mercado, inconsciente frente a unas truchas nada frescas, y a punto de someterse a la humillación de su vida? Lo cierto es que poco o nada tiene que ver con el torpe de sir Jaime. Aster y Jane…

…continuará, probablemente. 


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