Hace tiempo que no discuto
con ninguna piedra,
pues me estimo pobre de millones
de años con que gastarla a gritos.
Así me mudé a las faldas
de las montañas más pulidas
- siempre tan resonantes
con todos mis argumentos -
para derramar mis leves lapsos
en el océano convencido.
Por una suerte de gravedad, se vino
una roca a estampar
contra mi frente, y supe
advertir mi sangre donde ella
protesta - ahora - mellada.
Ay, se dice que siempre tropezamos con la misma piedra no?
ResponderEliminarA veces, nos resistimos a abandonar la cabezonería.
Me gustó mucho tu poema!
Un abrazo!
Cierto =) Aunque también hay piedras que merece la pena tallar tras suficientes tropiezos, es un equilibrio difícil ;)
EliminarGracias por tu comentario Luna, ¡un abrazo!
Deja el poema una intriga enorme.
ResponderEliminarBesos.
Gracias por ahondar en él Amapola, un abrazo =)
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