No será la voz leyenda,
ni la fuerza ajena.
No será el epílogo
la ominosa y lumínica
estela
que huraños cometas tracen
entre vanas cordilleras,
que audazmente disfrace
entre sombra omnipresente
un vacuo fin
de febril deseo,
la aceptación de una
orden
carente de alternativa
de decisión meditada
con esperanza acometida.
No serán las impropias
máquinas
quienes resuelvan la
noche,
sino las luciérnagas.
No será el espacio
un pliego vacío y
conforme,
sino brillante, enorme e
insuficiente.
No será la lluvia
el autómata sirviente
de periódicas estaciones.
No será la muerte una
cura
al tenaz y endeble sino
que sin mérito perdura.
No será el fuego a la
yesca,
ni el mar a los ríos,
ni el diablo al averno.
No lo será, a buen
seguro,
porque dejará de serlo.
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