Y se secaron.
Yacen ahora marrones,
preciosas,
sobre losas
acostumbradas.
Apenas llegar,
son ya ancianas piadosas;
puras y sabias, alzan sus
alas
en efímero viaje,
guarecidas
por soplidos incesantes,
silenciosos.
Contornos disonantes preservan
su ser profano en voluble
trazo
de caóticas grecas, tildadas
por dulce error de
imprecisas.
Mientras, frágiles muecas cómplices,
en explícita ayuda,
verdean
limítrofes relatos que
adulan,
con irónica destreza,
conatos de existencia
eterna.
Se esparcen, desaparecen;
inventan sobre ajeno
tallo
moralejas
imprescindibles,
resueltas, al fin y al
cabo,
a ser el verso más bello
que, infalible, en su
rima muera.
Sus sueños vueltos hacia afuera,
resta a la cima el
peldaño
que desciende hacia el
olvido,
inicuo apodo el de
longevo,
temido el daño acumulado.
No es algo nuevo. Llegó el otoño
y se secaron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario