jueves, 17 de enero de 2013

Burbujas de petróleo



Es cierto, la recuerdo.
No se escondía en absoluto.
Yo leía, sobre aquel viejo tronco,
en astuto ritual de indiferencia.
Recuerdo que rompió mis gafas
con una pedrada impertinente,
como sana trastada,
pues soy consciente, formas aparte,
de que ya no las necesitaba.

Recuerdo el día en que se fue,
pues llovía, a cantaros,
pero no como para ahogarse.
Cuando cesó el chaparrón
la busqué en su maldito castillo.
Seguían allí sus guardianes.
Discutí largo con ellos, pues
rufianes tarados, sólo dejaron paso
al darse cuenta
de que ya no custodiaban nada.

Se me ocurrió volver al tronco
por si venía a buscarme,
aunque lo encontré quemado,
y absurdo.
Sentarme allí pasmado pareció,
no obstante, lo más sensato.
Esperé paciente,
hasta que llegaron los buitres,
y siguieron las brujas,
y aunaron sus garras,
y me echaron.

Discurrí, por aquel entonces,
 que algo tan brillante
sólo podría ocultarse
en el más opaco lugar.
Lo encontré, sin mucho esfuerzo.
Un mar inmenso e inmundo,
de fango insondable,
de brea fundida,
de burbujas de petróleo.
El aire era denso y pegajoso
así que aprendí a no respirar.
Me decidí a bucear en aquella
materia nauseabunda y lúgubre.
De suerte que, a saber por qué y cómo,
cuando ya debería haber muerto,
apareció una nube del fondo
que me sacó de allí volando.

Fue al fin, en el aire,
después de tanto buscar,
que la vi, de lejos.
Deliciosa como siempre,
pero de lejos.
Os diré donde se encuentra,
por si también la andabais buscando.
Ella siemrpe está
en el preciso lugar
en el que tú no estás.